martes, noviembre 24, 2009

Lucero

De vez en cuando, me da por la poesía. Respeto demasiado el género para lacerarlo con mis horrendas letras, pero a vece -sólo a veces- amanezco de ánimo lírico y vomito versos -feos, eso sí- que me salen de la alma. A'i se las dejo pues'n...






Era Lucero la ninfa
Cuyo bondadoso corazón me amaba.
Ella, cuyos largos cabellos inundaban
Desde mi más tierna infancia mis sueños.

Son sus manos blancas y generosas,
Su sonrisa fácil y franca.
De corazón tierno, y tierna su alma,
Su voz de ángel inunda mi ser
Cuando su canción se eleva al viento.

Es Lucero, la que se conduele del dolor ajeno,
Ella enseñó a mi corazón, el día que la conocí,
Lo que es la compasión.
“¡Ven!” decía, sonriente y animosa,
sus cabellos jugando con el viento,
los días que trabajábamos por el menesteroso:
“La felicidad sólo está en dar.”

¡Ay Lucero, la de los castaños cabellos!
¡qué no haría por ti, por tu mirar!
¡Qué sacrificio es suficiente!
¡Qué dolor te habrá de honrar!

Por eso aquel día que fuiste,
llorosa a mi lugar.
Afligido te abrace y dijiste:
“Necesito tu cuerpo, tu calor”.
“Un niño muere esta noche,
Yo siento tanto dolor.
¡Quédate –dijiste entonces- quédate y dame tu amor!”

Sollozabas tiernamente en mi pecho,
Haciendo mi felicidad.
Dormimos juntos por horas,
Ya no supe yo de mí.

El sol me besó con sus rayos,
La soledad me abrazó con sus brazos.
El dolor de verme sin Lucero
No se comparaba con el que sentía en mi costado:
Pues la honrada mujer, la querida,
El ángel de amor que me dio su pasión,
¡Hundió su puñal en mi riñón,
Se lo robó , lo vendió, o aun peor:
¡Se lo dio a una de esas inmundas larvas del teletón!