jueves, noviembre 23, 2006

Marte y Venus en la Atlàntida (Décimo Combate Supersónci)

La noche de su derrota, Venus se habìa escabullido del estadio con ayuda de La Llorona y del mismo pùblico que abarrotaba el local. Aunque se resistiò a ir a un hospital, lo grave de sus heridas y el agotamiento ayudaron a que La Llorona la llevase a una sala de emergencias. Venus lloraba de rabia, mas que por el dolor de las lesiones.
La Llorona sufriò al principio para justificar el estado de su amiga sin comprometer su identidad, pues pese a su nobleza indiscutible, una inocente ignorancia le impedìa mentir convincentemente a favor de su amiga. La gigantona argumentò un choque para justificar el lamentable estado de su amiga, pero un accidente de esa naturaleza no hubiera provocado lesiones como las que presentaba. El galeno encarò a La Llorona con severidad:
-No me mienta. Es claro que usted trata de encubrir lo que en verdad ocurriò, ¿No es cierto? Cree que las consecuencias seràn fatales para su amiga, ¿O me equivocò?
Aunque La Llorona doblaba fácilmente al mèdico en peso y fuerza, se encogiò humildemente como un cachorrito que recibiera un regaño por alguna travesura. El doctor aumentò el interrogatorio con severidad:
-Estas heridas no son propias de un choque. Alguien golpeò severamente a su amiga, ¿Verdad? ¿Porquè lo niegan? ¿Temen represalias? ¿Fue su esposo, un familiar?
La Llorona suspirò aliviada, asintiendo a cada suposición del galeno casi con alegrìa. Este le reprochò con la mirada, pero la gigantona no lo percibiò. Para ella, lo esencial era que su amiga, junto con su secreto, estuvieran a salvo.
El doctor hizo un trabajo admirable con Venus, aunque la propia resistencia y fuerza de voluntad de la chica jugaron un papel determinante para su recuperaciòn, esa misma noche.
Venus se enterneciò al mirar a su amiga, agotada, al lado de su cama. Depositò un beso y algunas làgrimas de agradecimiento en su mejilla, mientras le daba las gracias por todo el tiempo pasado juntas. Burlò sin demasiados esfuerzos al ejèrcito de mèdicos, pacientes y enfermeras que pudiesen dificultarle la huìda, aunque es cierto que tampoco la tomaron mucho en cuenta.
Serìan alrededor de las tres de la madrugada cuando entrò por ùltima vez en su vida al apartamento que compartìa con La Llorona. Empacò lo absolutamente indispensable para sobrevivir, y una sola màscara entre las cientos que tenìa para subir al cuadrilàtero. La original, la que le habìa dado su maestro, la habìa perdido en buena lid horas antes, por lo que considerò irrelevante empacar toda una colección, si después de todo, una sola bastaba para cubrir su rostro. Eligiò una versión oscura, casi negra, de entre su colección para ocultar su rostro. Estaba decidida a que Venus desapareciera de la faz de la tierra, mas no se irìa sin hacer una ùltima visita a su odiado rival.
Venus se plantò frente al hospital de lujo que prodigaba sus cuidados a Marte, con la idea fija de vengarse de èl de una manera hiriente, pero “honorable”. Si èl la habìa vencido en un territorio en el que ambos eran lo mejor que se podìa ofrecer, entonces su venganza debìa de tener lugar en un frente el el cual la ventaja serìa suya.
Venus corrompiò al guardia con solo una mirada sensual y mortìfera. Llegar a la habitación de su objetivo resultò màs fácil de lo calculado.
Marte estaba tendido e indefenso en la cama: sin duda una presa fácil y vulnerable para el àcido odio de aquella mujer. Un pequeño sobresalto la sobrecogiò cuando, con un terrible esfuerzo Marte fue capaz de insinuar sus negras pupilas apenas por debajo de los pàrpados y la roja màscara, hecha jirones. Venus llevò a cabo su plan: si Marte la habìa humillado públicamente, despojàndola de cuanto le importaba en la vida, entonces ella le inflingirìa un dolor màs fuerte, con el que tuviese que lidiar solo, que carcomiese su espìritu y su alma tan ìntima y fuertemente, que resultara imposible compartirle a alguien su pena, aun deseàndolo. Venus fue pròdiga en caricias venenosas, intoxicando a su vìctima, inundando con sus ojos avellanados el torrente sanguìneo del titàn que, sin poder –ni querer- hacer nada, dejàbase amar por la furia vengativa de aquella mujer que le arrebataba vida y suspiros cada vez que era penetrada.
-Nos volveremos a ver- dijo ella sin pensarlo, acaso tambièn sin quererlo. ¿A què venìa pues esa sentencia? ¿No era ya suficiente intoxicar con su cuerpo, al gigante frente a ella? “Nos volveremos a ver”, sonaba en su cabeza al salir del edificio, cuando tomò el autobús a cualquier parte, cuando el vacìo se apoderò de sus entrañas y su alma, mientras se convencìa de que su recuerdo ya era una daga clavada en el pecho de quien, de ahora en màs, era su enemigo jurado para siempre.

Marte anunciò su decisión a Lino, que la recibiò con tristeza y desagrado. El promotor casi le rogò por una corta gira de despedida, que el coloso aceptò a regañadientes.
-¿Què fue de Venus? –preguntò tìmidamente antes de concluir la entrevista.
-Nadie sabe –respondiò el empresario encogièndose de hombros- supongo que la derrota ante ti la traumatizò. Tal vez en unos meses adoptarà una nueva identidad y volverà a luchar ; o se habrà refugiado en arenas de medio pelo en el interior. Es una verdadera làstima, porque, con màscara o sin ella, la chica sin duda despertarìa pasiones y llenarìa plazas.
Marte se fue del lugar pensativo y sin decir palabra.
La gira triunfal que despedìa a Marte fue un èxito, al menos desde el punto de vista econòmico, a pesar de que en cuanto a calidad, el homenajeado quedaba a deber al respetable. Distraìdo y lento, incluso estuvo a punto de perder la capucha frente al “Cangrejo Lopez” en una lucha de apuestas que darìa el cerrojazo final a una brillante carrera. Marte agradeciò distraìdo el apoyo del pùblico durante su carrera, pero lo cierto era que aquella noche, tal como habìa sucedido desde la lucha con Venus, el recuerdo de su càlido cuerpo inundaba todos los rincones de su alma. Marte colgarìa la màscara para siempre, cosa que inquietaba a los altos mandos de INTERPOL. Para el Director General sin embargo, aquello no era algo de lo cual hubiera que preocuparse, pues gracias al cuidadoso manejo de su identidad, Marte bien podrìa vivir una existencia tranquila como civil con el rostro desnudo.

Después de la furtiva visita a su rival, Venus se perdiò en el anonimato. La Llorona hizo grandes esfuerzos para conseguir noticias suyas, pero las pistas –indefectiblemente escasas- siempre terminaban en callejones sin salida. Insistiò mil veces en hablar con Marte, pero tanto la empresa como INTERPOL se lo impidieron. La Llorona ni siquiera se imaginaba que, de haber hablado con èl, seguramente habrìa motivado una bùsqueda intensa por parte del escarlata, para encontrar a su amiga.
Después de algunos meses La Llorona comprendiò que si su amiga no daba señales de vida, era porque sin duda no deseaba ser encontrada. La fiel gladiadora abriò por primera vez en meses el secreter de quien fuera su mejor amiga, y lo que encontrò la dejò sin habla: el mueble estaba repleto de dinero, (tal vez todo lo que Venus habìa ganado a lo largo de su carrera, pues solo gastaba en lo estrictamente indispensable) y una escueta nota: “Gracias por todo”. La gigantona rompiò en llanto como una chiquilla sin parar en toda la noche. Al amanecer, decidiò que ese dinero lo utilizaría para homenajear a su amiga, para lo cual la opciòn lògica era transmitir los conocimientos que habìa recibido de Venus (la alumna habìa superado con creces a la maestra), abriendo un gimnasio de lucha libre. La Llorona forjò varias generaciones de luchadores de ambos sexos que sustituyeron a la familia que nunca tuvo, y que la vieron partir entre sollozos cuando la vida le contò las tres de rigor, en la tercera y definitiva.
La vida de Venus se habìa convertido entre tanto en una vorágine de miseria y desesperación. Vagabundeaba sin sentido de un estado a otro. A veces no tenìa dinero ni para comer. Su orgullo, antes imbatible y temerario, menguaba por momentos. Poco a poco fue cayendo a los peores abismos a los que la pobreza espiritual y el vacìo pueden llevar a una criatura. Lo ùnico que permanecìa intacto en ella era el odio que sentìa por Marte y por el gènero masculino.
A los pocos meses de errar por toda la repùblica, se quedò sin medios para seguir subsistiendo. Se deshizo de todo cuanto llevaba que no le fuese indispensable. Pronto, lo ùnico que le quedò fue su belleza, aunque esta empezaba a menguar tambièn con el paso del tiempo y el descuido al que se habìa entregado. Llegò un momento en el cual todo, hasta su mismo odio, se comenzò a apagar lentamente. El frìo de una noche de invierno la abrazò. Estaba dispuesta a dejarse morir aquella madrugada, cuando un sujeto se le acercò con paso vacilante. Ya casi no percibìa nada, pero una voz ronca, enferma, se dirigìa a ella entre arcadas:
-¿Cu-cuànto…?
Venus apenas le dirigiò una mirada. La voz nuevamente se dirigiò a ella:
-¿Cuànto por la noche…?
Venus se incorporò con lo poco que le quedaba de fuerza. La risa empezò a nacer desde la boca de su estòmago. Fue subiendo poco a poco hasta ser expulsada por su boca. Un brillo de vida destellò en sus ojos. El pobre muchacho que la interrogaba retrocediò, asustado por la metamorfosis impetuosa que se operaba en aquella mujer a la cual pretendìa comprarle sexo. Entre risas, Venus tomò del brazo al asustado joven.
-Por hoy, solo te costarà un plato de sopa y una cama caliente, chico guapo –le dijo tomàndolo por el brazo. El pobre muchacho retrocediò un poco asustado ante la extraña actitud de la joven.
Esa noche, Venus volviò a utilizar su cuerpo como un arma; pero como una capaz de matar tan dulcemente, que hace desear el fin con ansiedad y premura. Esa noche, Venus recordaba gracias a un tìmido joven el poder que podìa ejercer su figura, aun en el lamentable estado en que se encontraba. Pensò en la agonìa que seguramente vivirìa Marte en esos mismos momentos, y sonriò.