martes, junio 14, 2005

Una de Libreoros

El negocio en el que estoy metido (venta de libros), da pie a presenciar muchas cosas, algunas dignas de encomio, y otras dignas de encono. Asì pues, no puedo evitar contener una risa un tanto tràgica al escuchar a una persona solicitarme el libro “Rimas y Leyendas” escrito por “Kuno Becker”. Gracioso por obvias razones; pero sumamente tràgico si se toman en cuenta las implicaciones de ello: somos una población mucho màs permeable a la chatarra de la cultura de masas (sin que esto signifique que la cultura de masas sea reciclable y mala per se, pero desgraciadamente, la mayor parte de ella lo es), que a las grandes obras de la humanidad. Mucho de ello radica en el hecho de que se nos ha inculcado popularmente el estereotipo de que la cultura es aburrida por definición; mientras que por el lado acadèmico, las escuelas no ayudan gran cosa: los programas educativos anticuados, aunados a maestros que parecen empeñados en asesinar la curiosidad innata del estudiante, dan como resultado una sociedad prejuiciada y con escasa o nula necesidad de explorar lo que hay màs allà de lo conocido en su entorno inmediato.
Esta pequeña introducción viene a cuento para dar contexto a un par de anècdotas ocurridas en el cumplimiento del deber, mismas que demuestran como el problema no necesariamente tiene su raìz en el nivel socioeconòmico de la gente, como en educar desde el seno mismo de la familia, y encauzar debidamente la natural curiosidad humana: He aquí pues, lo sucedido en dìas y con familias distintas, saquen vuesas mercedes sus propias conclusiones.
En cierta ocasión, se apersonò en nuestro negocio una familia pudiente. Constaba dicha comitiva de el padre, la madre, y un par de niños de menos de 10 años, inquietos y curiosos como corresponde a todo ser humano a esa edad. Mientras miraban los distintos tìtulos, el padre –un hombre obeso y repulsivo, por cierto-, examinaba los libros que los hijos le llevaban. Cada uno de los volúmenes era examinado con mirada inquisitoria, levantando la ceja en actitud de saber mucho sobre el tema, sondeando si una ediciòn infantil y resumida -¡Sì, resumida!- de “El Principito” era adecuada para ser leìda por la moldeable y joven mente de sus pequeños. Asì ocurriò con distintos libros, que el padre de mirada escrutadora amontonaba, no sin cierto desprecio en el mostrador.
Llegò el emocionante momento de pagar. El hombre habìa ya seleccionado los tìtulos que ÈL habìa decidido como los adecuados para sus niños. Al saber la cuenta –no me pidan ese dato, mi morbo no llega a tanto-, una fulminante mirada se posò sobre los crìos: “Màs les vale que los lean, cabrones” (sic) dijo con un aire de estar decidiendo sobre la vida de otro ser humano, y continuò: “todavía me deben el resùmen de los que les comprè”. La familia se alejò del lugar con un aire de ejèrcito en retirada, sin saber a ciencia cierta si la batalla habìa sido ganada.
Dìas después, un hombre se acercò tìmidamente al mostrador. Pidiò que se le mostrase alguna ediciòn de Don Quijote de la Mancha. “Es para mi hija” dijo, un tanto confundido al ver la cantidad de ediciones que dicha joya literaria ha merecido en estos 400 años de circular impunemente y tan campante por el orbe. No pudiendo decidirse, saliò a llamar a la interesada, que llegò con un decidido cortejo –su familia- para asesorarse sobre la ediciòn que màs convenìa. Asì pues, se le mostraron lo mismo ediciones escolares, resumidas e infantiles; ilustradas y completas; con cometarios y sin ellos… en fin, como se sabe, el Quijote viene en cualquier tipo de presentaciones, prácticamente para cada necesidad, aunque unas mejores que otras.
Finalmente la familia entera decidiò, luego de un breve concilio, llevarse la ediciòn de aniversario, editada por alfaguara, con cometarios, pròlogo y un breve estudio sobre la obra. Conozco la ediciòn –acabo de conocer las andanzas del Caballero de la Triste Figura, gracias a dicha ediciòn-, y puedo decir que no es precisamente fácil de leer: està plagada de arcaísmos, comentarios sobre pesos y medidas, refranes y cualquier cantidad de anotaciones en las màs de mil pàginas que comprende la obra, por lo cual sugerí la opciòn de que llevaran la ediciòn completa de Porrùa, màs asequible y econòmica, y si no mal recuerdo, adaptada para lectores modernos. Sin embargo, grande fue mi admiración y gusto al escuchar que la madre respondìa: “no importa: la niña quiere leer el original, y si no entiende alguna palabra, pus que la investigue”. Todos se fueron contentos con su adquisición, y en lo personal me quedò una sensación de satisfacción al ver a una niña tan chica –màs o menos la misma edad que los primeros niños a los que me referì- con tales ganas de acercarse y saber de primera mano las aventuras del ilustre manchego; asì como la admiración callada por una pareja de padres, que sin tener grandes recursos econòmicos, le estàn dando a sus hijos las armas para no dejarse matar el ansia de conocer.
Sin embargo, ruego a quienes esto lean que no se dejen llevar por las apariencias: no estoy diciendo que la gente humilde sea mejor o peor que los pudientes. Eso serìa pensar el mundo en blanco y negro, y sabemos que las cosas son màs complejas. Siendo sinceros, tampoco se puede juzgar al pobre de no tener ansias de conocer y cultivarse: supongo que eso pasa a segundo plano cuando se vive al dìa. A una persona en situación econòmica precaria debe de interesarle màs conseguir què comer, que cultivarse intelectual y espiritualmente. En cuanto a las personas pudientes, tampoco serìa justo tacharlos a todos de el enanismo intelectual acusado en muchos casos. Como dije, es un problema de educación, y nos corresponde a los individuos educar a nuestros hijos –o a quien este cerca, porquè no- para fomentar esa necesidad por crecer y ser personas màs completas. En lo personal, he sido una persona que creciò rodeada de libros. Mis padres adoran la lectura, de temàticas muy diferentes, pero en realidad es raro no verlos cargando un libro, y por fortuna, con el puro ejemplo han inculcado a sus hijos dicho hàbito, mas siempre como un gozo, y no como una obligación. Hasta donde recuerdo, nunca nos prohibieron leer tal o cual libro, quizà conscientes de que un libro no apto para un niño, difícilmente serà motivo de interès para este, y por tanto, buscarà algo màs acorde a su edad e intereses, en tanto los padres continùen dàndole el ejemplo del gusto por la literatura.