viernes, agosto 05, 2005

El Ùltimo Sueño

Miedo. Una sensaciòn apenas explicable porque la experiencia es comùn a todo ser humano. Un miedo perfecto y afilado recorre mi cuerpo entero con las reacciones fìsicas naturales: el cabello se me eriza, las piernas no me sostienen y mis miembros no pueden quedarse quietos. Una oleada de miedo P-E-R-F-E-C-T-O, que no tiene un origen especìfico, que simplemente me invadiò porque sì, como la premoniciòn de que algo terrible va a suceder... y sucede. Ella da la vuelta en el recodo del viejo pasillo que nos vio juntos milcientotreintayocho veces exactas. Mi miedo, hasta entonces perfecto gracias a la ignorancia, se echa a perder, degenera en pànico vulgar. No me puedo mover, pero no importa: ella parece haberse vuelto de piedra tambièn, y me mira asombrada. El tiempo se detiene.
Inexplicablemente nos encontramos platicando como los amigos que solìamos ser. No tenemos un tema, nunca lo tuvimos: acostumbràbamos hablar y reirnos. Nada màs. Hoy sucede lo mismo, pero la risa se resiste a brotar. Hay algo de melancolìa en sus ojos, y todo hace suponer que tambièn en los mìos. Me llega la intuiciòn de que llevaba tiempo sin pensarla, pero no me habìa dado cuenta de ello. Contrario a lo que ocurrìa antes, simplemente dejè que me llegara el olvido. Creo que ella lo sabe. Los recuerdos que antes me ardìan en la consciencia han empezado a fraguar el perdòn que no merecen, pues desde un principio nacieron libres de culpa. Creo que sabe esto tambièn. A ratos, su terrible belleza se suaviza. No es màs, ni es menos; simplemente ha cambiado.Ha dejado de ser una espada traspasando mi alma, asi como ha dejado de tener que ver con el dolor, incluso con el amor. Simplemente està lista para irse.
"Adiòs", le digo. Sus ojos castaños me miran nostàlgicos, sin responder. "Adiòs. En serio", le insisto. Ella sonrie. Se levanta de la mesa decidida: "No tienes que ser tan brusco, sè que es en serio". Me extiende su mano. "¿Amigos?", me pregunta conciliadora. Ofrezco mi mano y la abrazo sonriendo. Un nudo se me forma en la garganta. "Para siempre. Hasta siempre".
Marìa Josè sigue en pie, pero al fin ha terminado de bien morir. Poco antes del regreso, el miedo me vuelve a invadir, pero es distinto: de una manera curiosa, este terror no me inmoviliza, sino que me da fuerza. A lo lejos, unos ojos negros y vivaces confirman que mi teñor no es infundado. Huyen, pero con todo y el miedo a cuestas, me obligo a perseguirlos.

EPILOGO:
EL REGRESO
Despierto debajo de las sàbanas. Aun està oscuro y llueve afuera, pero una extraña calidez me inunda. Hasta donde recuerdo, las despedidas suelen ser algo tristes, pero esta ha resultado diferente: esta ha sido gratificante, liberadora.
Salgo de la cama con ànimos de abrazar y abrasar al mundo, pero no puedo irme sin musitar una ùltima frase:
DESCANSA EN PAZ, MARÌA JOSÈ.