jueves, septiembre 01, 2005

Bula condenatoria al cine mexicano.

Ayer escuché por la tele el comentario indignado -y con unos modos amanerados de bastante mal gusto- de un tal Fredy Gudini (si, parece que es su nombre) respecto al hecho de que aparentemente, el cine mexicano ha pasado a mejor vida, mientras que las porquerías hollywodenses siguen tan vigentes como siempre -horror de los horrores, según su concepción del mundo. Desde luego que el sujeto no es el tipo de persona cuya opinión merezca ser tomada en cuenta, pero confieso que fue un buen pretexto para escribir sobre algo que tengo atorado con respecto al cine mexicano, y deriva en cierta forma hacia mi concepción general y estrictamente personal del arte. En principio de cuentas, ¿No debemos darle gracias a dios de que el cine mexicano ya esté muerto, si es que lo está? Al menos en lo que respecta al cine mexicano que se está haciendo actualmente, y que por cierto, está sobrevaluadísimo en los círculos snobs. (Nadie ha visto una "x" película mexicana, pero eso sí, de que está buenísima, está buenísima).
¿Porqué ese odio hacia el cine mexicano? ¿Es que acaso soy un defensor del cine holliwodense de dudosa calidad? La cosa es un tanto más compleja, y he aquí la conexión con el arte en general: uno de los grandes defectos que le veo al cine autóctono, es esa morbosa fijación por "retratar la realidad del mexicano". Puede tratarse de comedias, dramones pesados y fatalistas al estilo de amores perros, o del género que sea, el caso es exponer la realidad que nos rodea. Si esa fuera la finalidad del cine, entonces no veo porque una parte de los impuestos que todos pagamos tenga que ir a dar como parte de la producción de varias de esas historias, siendo que uno puede salir a la calle y verlo directamente. No sé que opinen, pero en mi caso, me gusta ir al cine a distraerme de la realidad, a relajarme, y no a sufrir con la miseria que cotidianamente me rodea.
Desde luego que esto puede sonar a que mi concepción del cine y del arte es exclusivamente de evasión, pero creo que no tiene porque verse de un modo tan radical. Está demostrado que un producto de entretenimiento no tiene porque tener un contenido hueco, sin que por ello sea absolutamente árido. Caso concreto lo tenemos con Neon Genesis Evangelion, serie japonesa que combina una historia de robots gigantes, con una concepción del mundo bastante compleja. Ciertamente se trata de una serie que puede llegar a ser estresante, dada la violencia gráfica (pero sobre todo psicológica) que contiene; aunque no por ello carece de momentos bastante divertidos. Asimismo, manteniéndonos en la misma zona geográfica de Asia, tenemos la precursora de evangelion: Akira, historia apocalíptica que bien podría leerse como una metáfora sobre el poder y la capacidad del ser humano para controlarlo. Al igual que Evangelion, la violencia está a la orden, pero está perfectamente contextualizada, y tomando en cuenta la amoralidad propia del arte, completamente justificada.
Esto es precisamente lo molesto del cine mexicano: tal parece que no se pueden hallar temas que no tengan que ver con la prostitución infantil, con violaciones, con indigentes, con madres sufridas y abnegadas, con la delincuencia o con el narcotráfico. Creo que temas hay de sobra para contar historias en este país, sin tener que pasar revista a nuestras miserias diarias. O también puede hacerse, pero quizá de un modo algo más amable, o simplemente sin ser tan obvios.
Un pequeño oasis lo representa el recién nacido estudio ánima, que tiene un par de películas en su haber (magos y gigantes, y la recién estrenada Imaginax), que si bien no son precisamente santo de mi devoción, pues sus temáticas me parecen demasiado infantiles y a lo mejor hasta trilladas; al menos se han arriesgado a explorar otros terrenos fuera de esa obsesión por "reflejar la realidad". (Entre paréntesis: supongo que la crítica solo le concederá algún mérito a sus películas, si en éstas los protagonistas son abusados sexualmente, por lo que sus vidas caen en una vorágine de desesperanza y frustración irresolubles, lo cual los orilla a suicidarse o conformarse con su suerte)
En conclusión, pienso que lo más abominable del cine mexicano es su dogmatismo, su falta de imaginación en la búsqueda de temas. Y no porque uno se empecine en que se haga solo cine de acción o de ciencia ficción; lo ideal sería que las ficheras pudiesen convivir armónicamente con los luchadores, el cine de denuncia, los "mecsican macho men", o incluso con Serafín, pero es la falta de iniciativas y el miedo a explorar alternativas, lo que sume al cine mexicano en ese decepcionante más de lo mismo.