lunes, enero 15, 2007

Marte y Venus en la Atlàntida (Doceavo Sangriento Match)

Eran ya demasiados meses buscando sin encontrar. El sentido de la vida habìa desaparecido del todo para èl. Aturdir sus sentidos de placeres no habìa funcionado, y buscar el amor, cuando su corazòn le pertenecìa solo a ella tambièn habìa resultado un fracaso. Ni siquiera su amor por la lucha libre lo podrìa sostener, de manera que no existìan ya razones para seguir adelante. La opciòn era ùnica y clara.
Llegò a su departamento con la convicción de quitarse la vida. Era tal su ensimismamiento, que no reparò que la puerta estaba abierta, aunque quizà le habrìa dado lo mismo. Encendió la luz, y lo que vio le dejò perplejo: un hombre lo miraba desde el sillòn, apuntàndole con un arma. Era el Director General de INTERPOL. Marte se sobresaltò.
-Disculpa que haya entrado asì –dijo el desconocido –pero era la ùnica forma. Sè que no me recuerdas, pero antes èramos muy buenos amigos.
Marte le dedicò apenas una desdeñosa mirada antes de responder con desgano.
-Pues si lo que intentas es detenerme, “amigo”, lamento decepcionarte. He tomado mi decisión y no la cambiarè.
El Director General enarcò las cejas. -¿El suicidio? –preguntò con acusada teatralidad –ya lo tenìamos contemplado, y te tengo buenas noticias: lo que te vengo a proponer es casi lo mismo…
Marte lo mirò con suspicacia, haciendo esfuerzos por recordar. Las nubes en su mente eran demasiadas.
-No te esfuerces en recordar. Mi gente te tratò para que tu vida fuera una mentira, hasta hace algunos años. Pero es necesario que recuerdes ese pedazo que te hace falta.
-No lo harè –dijo Marte sin mirar al Director –sea lo que sea lo que me pide, no lo harè…
-¿Ni siquiera por ella? –el Director le mostrò una foto de Venus con su màscara rosada, cosa que hizo reaccionar a su interlocutor.
-Me alegro de tener otra vez tu atención.
El Director le dio a Marte los pormenores de la operación después de inyectarle un suero que le devolverìa la memoria. Hasta donde sabìan, Venus acababa de ser reclutada por una organización terrorista cuyos planes eran resucitar la ciudad perdida de La Atlàntida, aunque no sabìan por que motivo, ni quien dirigìa la operación. La ùnica alternativa era acudir al mejor agente que INTERPOL habìa tenido jamàs, para encontrar y sabotear los planes del grupo terrorista.
Marte pensò unos minutos antes de dar su respuesta. Ahora, ademàs del recuerdo de Venus, la escena de la muerte de su hermano le atormentaba. Aquello le parecìa una pesadilla, pero si le daba la posibilidad de vover a ver, aunque fuera solo unos momentos a Venus, quizà la misiòn valdrìa la pena.
-Señor Director –dijo con decisión -¿Cuàndo debo reportarme a la misiòn?
El Director sonriò complacido
-De inmediato, Agente Marte.
Estrecharon las manos una vez màs, pero al Director General le pareciò que aquella seguramente era la ùltima vez que verìa a su amigo.
Inteligencia de INTERPOL no tardò en hallar el lugar donde La Atlàntida resurgirìa. Un aviòn de la agencia llevò al enmascarado al sitio donde se tenìa previsto que la ciudad perdida resurgirìa. Un espectáculo aterrador y fascinante a la vez le sobrecogiò, al observar como emergìa entre explosiones volcànicas. Marte entrò al complejo tras lanzarse en paracaídas a las convulsas aguas que vomitaban aquel horror.
Superar la vigilancia no fue problema. Inmediatamente se dirigiò a la càmara donde suponìa estaba el cerebro de la operación. Lo que encontrò fue al Dr. Cerebro, supuestamente muerto años atràs, en medio de una màquina cuya funciòn era, segùn explicò el propio doctor al enmascarado, emitir un pulso electromagnètico que destruirìa todo dispositivo electrònico, para chantajear a las grandes potencias. Los esbirros del Doctor Cerebro no fueron problema para Marte, quien no pudo evitar que este se suicidara antes de echar a andar su maligna màquina.
Una risa burlona resonò a sus espaldas. Cuando se dio la vuelta, mirò horrorizado a aquel hombre que habìa muerto años atràs por su mano, clamando ser su hermano.
-¿Crees poder repetir tu crimen otra vez… hermano?
Marte no respondiò palabra alguna. Sin que El Toro lo esperase, Marte se abalanzò sobre èl. Nada le importaba ya, ni siquiera saber que su propio hermano estaba detràs de aquella màscara, si no volvìa a ver a Venus de nuevo. El cuerpo de quien proclamaba ser su hermano desatò la destrucción de la màquina de la muerte, asì como el fin mismo de la isla.

Los recuerdos de ambos parecìan comparecer de la misma manera, al mismo ritmo, antes de verse frente a frente quizà por ùltima vez.
Intercambiaron miradas feroces, antes de lanzarse uno contra otro. Se trenzaron en un abrazo mortal, respirando mutuamente el aliento del otro. Sus cuerpos se rechazaron finalmente, fueron expulsados al liberarse la fuerza que los mantenìa unidos en aquella llave mortal. Jadeantes, se examinaban, uno en un extremo, y el otro al frente. Hilillos de sangre se dibujaban en sus bocas.
Sin anunciarlo previamente, se lanzaron salvajemente uno contra el otro. Nuevamente quedaron trenzados en un abrazo salvaje, mortal y definitivo. Marte pudo acercar su boca al oìdo de su adversaria:
-Venus –dijo jadeando- no tenemos que morir aquì… sabes que basta con que lo digas, para que salgamos juntos…
La chica titubeò. Se soltaron una vez màs, pero esta vez de manera suave, paulatinamente. En efecto, ella sabìa que solo dos palabras la separaban de la muerte o la felicidad, pero: ¿Tal felicidad merecìa echar por tierra sus convicciones? Si aceptaba la invitaciòn de su rival, todo lo hecho hasta ese momento en su vida habrìa sido inútil. Sus convicciones eran demasiado fuertes. Una lucha interior se desataba en su alma; una batalla entr su orgullo, y el anhelo natural y sempiterno, de todo ser humano: probar la felicidad.
La isla entera se caìa a pedazos alrededor de la pareja, pero ellos permanecìan impasibles, prácticamente indiferentes a lo que sucedìa alrededor. Detràs de la màscara de Venus, sus grandes ojos color avellana resplandecìan, mas nadie hubiese podido decir si aquel resplandor auguraba su decisión de entregarse finalmente a la felicidad, o si por el contrario, preferìa permanecer fiel a sus convicciones, a pesar de sacrificar su corazòn y su alma al odio que la consumìa. Finalmente, Venus dijo solo dos palabras, que Marte esperaba con impaciencia…
-Te…

-Lo siento, papi, se acabò el tiempo.
La exuberante Marcela era implacable con el tiempo. Aun cuando ella estuviera gozando, resultaba casi obsesiva con la puntualidad. Era una regla de respeto hacia su persona y a los mismos clientes, porque, después de todo, le gustaba dar un servicio de calidad en todos sentidos.
Abundio tomò su sombrero y el paraguas. Se calzò los anteojos, que solìa quitarse para leer. Estaba un poco apenado.
-Lamento haberte entretenido –dijo con voz quebrada- sè que lo tuyo son otros “servicios…”
La exuberante Marcela le regalò una sonrisa sincera, no como aquellas que estaba acostumbrada a repartir en el “Cadillac”.
-Como yo lo veo, papi, estàs comprando mi tiempo –dio otra sugerente chupada a su cigarro, mientras sus verdes ojos se perdìan en la selva de rulos rojizos que ocultaban a medias su rostro –lo que quieras hacer entre tanto ya es cosa tuya.
Cuando salìan del hotel tomaron rumbos distintos. La exuberante Marcela era mujer de impulsos, por lo que no pudo quedarse con las ganas de voltear al otro extremo de la calle, cuando Abundio se retiraba tìmido y un poco tristòn hacia un sitio de taxis.
-Oye papi, de veras me gustò, ¿sabes? Hay tipos a los que les gusta hacerme no sè que tantas porquerìas, pero lo tuyo nunca lo habìa hecho.
El rostro de Abundio se iluminò.
-Entonces, ¿Te gustò?
-Te cuentas buenas historias papi. Ojalà algún dìa regreses a terminar de decirme esta, o se te ocurra una distinta. Como sea, ya sabes donde encontrarme.
Abundio recibiò de buena gana el òsculo que le regalaba la exuberante Marcela en su mejilla derecha. Se encaminò de buena gana a su departamento, donde sin duda, lo esperarìa la fiel Jovita.
La Jovita que sabìa perfectamente donde pasaba su marido cada dìa qince o treinta del mes. La Jovita que se hacìa la que no sabìa nada porque, como todo ser humano sabe, la realidad acaso sea una carga menos pesada, si dejamos que, de cuando en cuando, nos engañen.

2 Comments:

Blogger soloyloco said...

sopas...

2:15 a.m.  
Anonymous Anónimo said...

Me gustaría ver cómo se "calzó los anteojos". Imagino que los hizo mierda.

2:56 p.m.  

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