lunes, octubre 02, 2006

Marte y Venus en la Atlàntida (Quinto Combate en Relevos Atòmicos)

El Gorila Domínguez tundió fácilmente a Marte durante la primera caída. Se adjudicó èsta, màs como una decisión del réferi para cuidar la integridad física de Marte, que por un estricto apego a las reglas. El breve respiro entre caídas ayudó a Marte para reagruparse y tomar aliento suficiente para el siguiente asalto. En este, Marte hizo gala de su mayor agilidad y los vistosos vuelos aprendidos durante toda una vida dedicada al pancracio. El Gorila no supo a ciencia cierta de que lado del ring había salido la saeta roja que lo llevaba en un paquete total al toque de espaldas. El Gorila no lo tomó de muy buena manera, por lo que salió al tercer episodio con un odio recrudecido contra su adversario.
Marte había ganado confianza gracias a su victoria en la segunda caída. Su second, el Toisón de Oro, le recomendaba prudencia. Marte solo asintió. En el centro del cuadrilátero, el Gorila invitaba a su rival a darle un deportivo y caballeroso apretón de manos. Marte desconfió, por lo que el grandulón arengó al público para que el científico aceptara darle esa muestra de caballerosidad y deportivismo. El respetable, al igual que el enmascarado, desconfiaba de las intenciones del rudo, por lo que recomendaban prudencia a su favorito. Tal vez por su exceso de buena fe, el técnico de máscara roja correspondió finalmente la oferta de su rival. Este aprovechó para tomarlo del brazo y propinarle una patada en pleno rostro. Marte comenzó a sangrar copiosamente de la nariz, se encontraba en muy malas condiciones. Sin dar respiro alguno, el Gorila lo azotó una y otra vez contra los tensores, al tiempo que se burlaba del público que veía angustiado como su favorito era maltratado por aquel auténtico criminal. Marte estaba en muy malas condiciones, demasiado débil por la golpiza, y con una hemorragia que nublaba su visión. El Gorila mordió el rostro de su rival, rasgando su máscara. Un agente de INTERPOL estaba listo para eliminar al antiguo elemento, pero el Director General lo contuvo. –Solo si su rostro se ve por completo- dijo. El agente asintió.
En el encordado las cosas eran realmente difíciles para el consentido de la afición. El Gorila sacó de una de sus botas un bóxer. El réferi intentó contenerlo, pero el resultado de la lucha ya era lo que menos le importaba a aquel desquiciado sediento de sangre. El tercero en la superficie salió del encordado por un manotazo del monstruo que, cegado por una orgía de sangre, golpeaba inmisericordemente a Marte. Sin embargo, este aprovechó la distracción del Gorila al momento de sacar al réferi del ring, para rehacerse y, sacando fuerzas de flaqueza, derribó al Gorila de un manotazo. Este se desconcentró, pero estaba lejos de estar derrotado. Marte hizo acopio de fuerzas para continuar su labor destructiva. Hizo varios lances, excitando al respetable con sus evoluciones, pero el Gorila se resistía a caer de modo definitivo. Las patadas voladoras, las planchas, las llaves aplicadas magistralmente no menguaban a aquel gigante. Finalmente, Marte aprovechó la ausencia del réferi, demostrando que él también conocía a fondo la escuela ruda: tomó por la cintura al Gorila, y después de un par de súplex para ablandarlo, hizo acopio de lo último que le quedaba de energía, para aplicar el peligroso martinete. El público rugió de emoción. La ausencia del réferi sirvió para que Marte se adjudicase la lucha, pues el comisionado, en un acto de justicia y equidad, se hizo de la vista gorda ante la rudeza del técnico. El Gorila supo, después de despertar en el hospital, que había escapado por muy poco de –por lo menos- la invalidez. Se recuperó totalmente en poco tiempo, pero nunca pisó un encordado otra vez.
Aquella noche, Marte se consagró como el Enmascarado Invencible.

Venus se hizo en muy poco tiempo de un cartel importante de seguidores en la capital de la república. Comenzó en las preliminares sin hacer demasiado ruido. A fuerza de rudezas, fue infiltrándose en las emociones del público que, poco a poco, era arrastrado por el estilo rudo, pero elegante, de aquella enmascarada de equipo rosado y violeta.
Venus aprovechó cuanto escalafón se presentaba en su vida para afianzarse como una de las favoritas. Era una extraña relación la suya con el público, pues se trataba de esas pocas personalidades en la historia del cuadrilátero que, al mismo tiempo que son idolatradas, causaba ácida animadversión de quienes no comulgaban con su estilo. Su carrera ascendió de manera meteórica, al punto de convertirse en la campeona nacional de peso semi-completo más joven de la historia.
Sin embargo, no solo la carrera impresionante de la bella ruda causaba conmoción. Los tabloides de espectáculos hablaban de ella con frecuencia, pues como parte de su personal guerra de los sexos, Venus empezaba a disfrutar humillando y destrozando los corazones de los hombres más populares y representativos del prototipo viril de la sociedad. Todos y cada uno de los que habían sentido la calidez de sus brazos habían terminado de mala manera, con carreras o vidas destrozadas; e incluso provocando un par de suicidios. Con frialdad, Venus respondía a las preguntas de los medios con desprecio hacia aquellos a los que había arruinado.
-Nunca he obligado a nadie a hacer lo que no quiera –decía- si las consecuencias son tan terribles, francamente ellos se lo buscaron. ¿Qué culpa puedo tener yo?
Tal como lo había planeado, se convirtió en un “trofeo” para aquellos que se consideraban a sí mismos seductores infalibles. Hombres del medio deportivo, artístico, empresarial y de la farándula caían ingenuamente en sus garras, ignorantes de la malicia de aquella mujer.
Como un hecho inusitado en la historia de la lucha libre mexicana, Venus llegó a encabezar varios carteles. Su ambición en el terreno deportivo solo se comparaba a su obsesión por demostrar su superioridad sobre el género masculino. Llegó un momento en el que su dominio fue tal, que empezó a retar a los varones sin importarle peso o experiencia. Era una temeraria apuesta la suya, pero a muchos empresarios les resultó interesante la idea de presentar luchas mixtas. La modalidad gozó de aprobación por parte del público, no así de las gladiadoras, que pronto dejaron de aceptar dichos contratos, pues las diferencias físicas habían costado más de una lesión importante. Venus fue la única que insistiò en luchar contra hombres, cosa en nada extraña, pues era la única que no solo resistía el castigo, sino que era capaz de dañar seriamente a sus rivales.
El camino de Venus tarde o temprano se tendría que cruzar con el de Marte. Ambos llevaban una increíble racha de dos años sin derrota, curiosamente con el mismo número de peleas. Para Lino Gutiérrez, el máximo promotor de la lucha libre, una funciòn que enfrentase a los dos mejores gladiadores resultaba una mina de oro, máxime cuando mas que una contienda entre compañeros de oficio, se trataba de una guerra de sexos. La llorona, convertida de luchadora profesional a representante de Venus, llegó con la noticia a su cliente. Venus tomó la copia del contrato que La Llorona agitaba vigorosamente en el aire.
-¡Vamos a salir de pobres, manita! –decía la robusta ex luchadora. Venus sonrió a su representante y amiga. Emocionada, la abrazó, pidiéndole que se vistiera, pues aquel acontecimiento merecía ser celebrado con una buena cena. Cuando se vio sola, Venus estrujó el papel. Un brillo maligno refulgió detrás de su máscara rosada, una sonrisa cruel atravesó su bello rostro.
-Será la pelea del siglo –pensaba- y el pináculo de mi venganza…
Marte recibió al mensajero de Lino Gutiérrez en su departamento. El mensajero le mostró el papel y un cheque por más de cien mil pesos que sería suyo de aceptar el compromiso.
-Don Lino cree que esta función cambiará la historia de la lucha en el mundo.
Marte miraba estoico el contrato y el cheque. Ofreció su mano al mensajero, y con toda cordialidad, le invitó a retirarse.
-Dile a Don Lino que lo lamento –dijo con una sonrisa al muchacho- pero nunca peleo con mujeres.
El joven se quedó detrás de la puerta con el papel, sin saber que hacer.
La Llorona golpeaba el saco con rabia. El contrato de su vida se esfumaba por culpa de un enmascarado que, de buenas a primeras, pretendía comportarse como un caballero. Venus no se acongojaba. Con calma, le detalló a su amiga el plan que se había trazado para obligar al enmascarado a firmar.
-Lo hostigaremos. Lo haremos pasar como un cobarde. No habrá lugar en el mundo en el que no me encuentre. Y cuando sienta su orgullo de macho lastimado, caerá como todos.
La Llorona acompañó a su amiga en la carcajada.
Mas que una pesadilla, los meses siguientes fueron una verdadera molestia para Marte. En efecto, Venus se había dedicado a acosarlo en todo lugar en el que Marte se presentara públicamente. Recibir retos en todas las arenas es algo cotidiano en la vida de un luchador; pero recibirlos en desayunos, juntas de trabajo, entrevistas para los medios, e incluso en reuniones informales con sus contadísimos amigos, se convertía en algo verdaderamente intolerable para Marte. Aun cuando Venus había pagado desplegados en los principales periódicos, proclamando a Marte como un cobarde, el enmascarado escarlata simulaba tranquilidad ante el público.
-No caeré en su juego –dijo en una entrevista de banqueta- no pienso faltar a mis principios solo porque una novata quiere usarme de escalafón sin medir el riesgo. No voy a caer en sus provocaciones.
-¡Porque eres un cobarde! –una voz lo interrumpió desde lejos -¡Marte tiene miedo a una frágil mujer! ¡No me enfrenta, porque sabe que está en riesgo su “fabuloso” récord invicto! Pues para que te lo sepas, ¡Yo tengo el mismo récord que tú! ¡He vencido a los mismos luchadores que tú has derrotado! ¿Acaso has comprendido que no tienes nada qué hacer frente a mí?
Sin mediar palabra, Marte abordó su auto y se alejó. Venus sonreía mientras continuaba llamando cobarde al enmascarado escarlata, pero dentro de sí, la frustración carcomía sus entrañas. Enfrentar a Marte era lo que más deseaba en la vida, por lo que cada nueva negativa suponía una derrota ante las circunstancias.
Una noche que se encontraba particularmente frustrada y con ganas de renunciar, pensó su anciano maestro. ¡Cuánta falta le hacía ahora, mas que nunca en la vida, la guía de aquel a quien consideraba su único y verdadero padre! ¡Qué ganas de abrazarse a él, y derramar lágrimas en su vigoroso pecho! El anciano seguramente le habría acariciado la sedosa cabellera, le habría dicho algunas tiernas palabras, enjugando sus lágrimas, y la habría convencido de que todo estaba bien. Venus sollozaba lo más silenciosamente que pudo.
Al cabo de una hora de beberse sus propias lágrimas, Venus cayó en el reconfortante sueño de aquel que ha limpiado el alma con su llanto. Despertó –o eso parecía- en mitad de la noche al sentir un armonioso susurro en su oído. Ávida de conocer a quien así la llamaba, se levantó del lecho. En algo que bien pudo ser simplemente una de esas ilusiones que a menudo se dan en la frontera incierta del sueño y la vigilia, le pareció ver a su maestro. Venus sonrió al anciano entre lágrimas. Éste regaló a su vez la estampa de sus blanquísimos dientes a su antigua alumna, mientras sostenía una máscara -que Venus no podía distinguir- en todo lo alto. Todavía sonriendo, el anciano repitió la pregunta que años atrás había formulado a la joven: -¿Porqué luchas?
Aunque la visión solo había durado unos segundos, para Venus era la certeza de que su viejo maestro la había visitado para darle la clave con la cual Marte finalmente dejaría de huir. Al igual que un niño esperando sus regalos en día de reyes, Venus se guardó en su cama, ansiosa de que la mañana llegase, pero sin poder dormir.
Con el ansia que solo las certezas pueden dar, Venus contempló el amanecer, -mas bien que despertar- el día siguiente, con la cabeza llena de ideas para orillar a su pretendido adversario a aceptar una lucha. Salió sin despertar a La Llorona, quien si bien se extraño de estar sola en el departamento, no se preocupó en absoluto por la ausencia de su representada, ya que, después de todo, había dado muestras de sobra para suponer que podía valerse por sí misma.

CONTINUARÀ...