martes, octubre 17, 2006

Marte y Venus en La Atlàntida (Séptima Preliminar de Escándalo)

La parafernalia propia para la ocasión no tardó en ser desplegada. El cielo del Azteca se incendió con los colores del lábaro patrio, una música ensordecedora inundó el ambiente, mientras Marte, ataviado con una gruesa capa roja e incrustaciones de diamante, hacía su aparición en el escenario. Su roja máscara relucía, casi hasta brillar con luz propia.
Del otro lado, Venus aparecía envuelta en una fina bata rosa con esmeraldas. Los colores de su capucha también se reflejaban vigorosamente en la noche violada por el brillo del Azteca. Ambos tomaron posesión de sus respectivas esquinas, mirándose con odio incontenible.
-¡Respetable público! –gritó el anunciador- El encuentro esperado por todos ustedes… -dijo casi susurrándole al micrófono- un agarrón que ya ha hecho historia... ¡Lucharáaaaaan de dos a tres caídas, sin límite de tiempo! ¡Sin indulto! ¡Sin empate! Por la esquina roja, representando al sexo bello… con una racha de más de dos años sin conocer la derrota… Con ustedes: ¡La hermosa!, La seductora! ¡La siempre deseada…! ¡Veeeeeeenus!
Un alarido sacudió el recinto. La aludida flexionaba sus músculos ayudándose de las cuerdas, pero se dio tiempo para saludar a la afición.
-En la esquina azul -retomó la palabra el anunciador- el dios de la guerra; y al igual que su contrincante, con un récord impresionante en los últimos dos años. ¡Con ustedes…! ¡El imponente! ¡El ídolo del pancracio mundial y de México! ¡El furioso…! ¡Maaaaaaarte!
Sonó el silbato, aunque su sonido fue apagado por el bramido de una multitud que, enloquecida, se entregaba a sus ídolos. Marte tomó la iniciativa con un medio candado sobre la humanidad de su rival, quien amén a su gran elasticidad, logró zafarse del castigo, y responder con un impecable contrallaveo. Marte hizo alarde de su poder, balanceándose sobre su propio eje, para quitarse el castigo de su rival. Venus, lejos de quedar tendida sobre el entarimado, rodó para quedar de pie y frente a su rival, tomàndolo del brazo y lanzarlo al juego de cuerdas. Lo recibiò con patadas voladoras sobre su rostro encapuchado. Marte estaba sorprendido: sabía la peligrosidad de su contrincante, pero jamás se habría imaginado que poseyera semejante fuerza. Pese a su sorpresa, se levantó con el simple impulso de sus piernas. Venus ya lo esperaba con un lazo al cuello, mismo que el gladiador carmesí anticipaba, aprovechando lainercia del golpe de la joven para derribarla. En esta posición, Marte intentó una plancha en el espacio corto, pero Venus simplemente giró para eludirlo. Con la velocidad que la caracterizaba, la gladiadora aprovechó para aplicarle una cruceta a su oponente. Aunque Venus pudo tomarle ambos brazos, Marte hizo alarde de poder, librándose de aquellas manos que le aprisionaban como tenazas. Venus quedó tendida en el entarimado, sorprendida ante la fuerza de su némesis, pues en el tiempo que llevaba de carrera, ningún otro rival se había podido liberar de semejante castigo. Marte aprovechó el desconcierto de Venus, para propinarle sendas patadas voladoras, que la dejaron seminoqueada. Era el momento justo para aplicar el toque de espaldas, y aunque la joven hizo acopio de fuerzas para quitárselo de encima, lo cierto era que Marte pesaba casi el doble que ella, por lo que quitárselo de encima resultaba tarea prácticamente imposible. El nazareno contó los tres segundos de rigor, dándole así la primera caída al de rojo.
Venus estaba furiosa de que Marte la hubiera derrotado en la primera caída, sentía que su odio por él arreciaba… aunque también un sentimiento más cálido, de admiración, empezaba a nacer en ella. Venus sacudió la cabeza: aquello no podía ser; el único hombre digno de su admiración era su maestro, para ella, todos los demás hombres eran enemigos, seres despreciables que solo merecían de ella odio y repudio. Venus saltó al encordado con ánimos y rencores fortalecidos.
Un tanto más suelto por el colchón que le daba a victoria en el primer asalto, Marte salió a la segunda con un poco más de soltura. Enganchó a Venus en un par de ocasiones para tirarla sobre la lona, pero ella hizo alarde de su colmillo dejándose caer al entarimado de protección para ganar tiempo. Marte se vio volando sobre el vacío cuando quiso enganchar una tercera vez a su rival; pero esta se lanzó desde la cima de uno de los tensores, para enganchar la cabeza de su rival y llevárselo con unas implacables tijeras voladoras. Aun aturdido por lo sorpresivo de aquel ataque, Marte fue incapaz de decir por donde le llovían unas patadas voladoras que fueron a depositarse sobre su espalda. Venus empezaba a abrumar al gladiador y a recuperar confianza, de tal forma que lo tomó por la careta sin respeto alguno, para enredarlo entre las cuerdas y ahí, propinarle algunos golpes. Sin embargo, el clímax de tal andanada de golpes vendría con una extraña acrobacia que Venus realizaba entre segunda y tercera cuerdas, para culminar con una patada en la sien de su adversario. Marte cayó como un guiñapo, desenredándose de las cuerdas finalmente, pero en muy malas condiciones. Venus lo tomó del brazo, lo rebotó contra las cuerdas, para recibirlo con una espectacular enredadera, de la cual, sin fuerzas casi para defenderse, Marte no pudo librarse. La cuenta de tres daba la victoria a la bella en esta ocasión.
Ambos estaban en el clímax del cansancio y el odio. Solo tomaron un poco de agua para reponerse, pero no escuchaban ya las indicaciones de sus seconds. Mas que caminar al cuadrilátero, saltaron uno sobre de otro, para disparar rabiosos golpes sin orden ni concierto. La lucha distaba de ser aquel alarde de espectacularidad, pulcritud y disciplina técnica que había sido hasta entonces; aquello era casi una reyerta callejera, pero esto, lejos de molestar al público, incendió sus pasiones. El cuadrilátero era ya un escenario lleno de sangre y odio, observado por una multitud igualmente salvaje y enardecida. Marte empezaba a cegarse por el odio casi tanto como Venus lo estaba desde un principio. De vez en cuando, un lance espectacular era aplicado por alguno de los adversarios, siendo este recompensado por el alarido del respetable, pero que poco menguaba la determinación del rival. Aquello era ya un pandemonium, tanto arriba del encordado como en las gradas del coloso de Santa Ùrsula.
Los minutos pasaban inmisericordemente. La resistencia de ambos estaba casi al lìmite, pues ninguno habìa enfrentado un adversario de semejante calidad. Marte creyò tener su oportunidad cuando, en un descuido de la bella ruda, fue capaz de ponerle las espaldas planas, al no asegurar debidamente una huracarrana. Venus consiguió liberarse de la cuenta de tres al patear a su rival en la cabeza, pero fue incapaz de proseguir el castigo, dado el agotamiento provocado por el esfuerzo. Pese a todo, Marte encontrò el modo de llevarse a la joven con una enredadera y paquete total, aunque para su desgracia, el castigo fue efectuado muy cerca del encordado, dando a Venus oportunidad de interponer el recurso de las cuerdas, obligando a Marte a romper el castigo.
Venus se recuperò con relativa rapidez. Haciendo un esfuerzo supremo, y acordàndose tanto del odio al gènero masculino, como de su maestro, aplicò un castigo del cual pocos habìan conseguido salir: La Tapatìa. Venus contaba con que, en su estado, Marte serìa incapaz de conseguir la hazaña casi imposible de romper el castigo, pues aun en condiciones normales, dicha llave es considerada garantìa de triunfo. Pese a ello, sabìa bien que tendrìa que ser el castigo definitivo para su adversario, puesto que ella tambièn se encontraba mermada a causa de la exhaustiva lucha que habìa dado. Sostener La Tapatìa el tiempo suficiente para rendir a Marte serìa en sì mismo un esfuerzo heroico, por no mencionar el hecho de que, si su oponente no se rendìa, difícilmente le quedarìan fuerzas para sostenerse en pie.
Venus tomò los brazos de su adversario, que se encontraba tendido boca abajo en la lona. Intentò oponer resistencia, pero sus músculos no le obedecìan. Venus se balanceò, aprovechando el mismo peso de su adversario para levantarlo en todo lo alto. Las làmparas del estadio cegaban los ojos del joven; los músculos de sus brazos amenazaban con desprenderse del hueso; las rodillas cedìan poco a poco ante la presiòn que Venus administraba. Los huesos amenazaban con romperse en cualquier momento, mientras el calor de su cuerpo aumentaba poco a poco. El Dolor se apoderaba de su ser, urgièndolo a buscar la salida en forma de grito, pero Marte se resistiò.
Cuando estuvo en el umbral mismo del dolor, Marte comenzò a recordar. El Grito ahogado habìa contaminado sus entrañas, despertado la parte de su cerebro que estaba, desde tanto tiempo atràs, dormida, casi muerta. Por un irreal momento vio al Toro colgando de los jirones de su màscara rota, cayendo al abismo, revelàndole el lazo de sangre que los unìa irremediablemente.
El Grito no estaba muerto, pero no era ya un grito: era poder. Poder para, lentamente, zafar el brazo izquierdo del castigo letal que le aplicaban. Poder para liberar el otro brazo, ante los azorados ojos de Venus y del respetable. Poder para, en un alarde de atleticismo increíble, erguir su columna y deshacer el abrazo mortal de su rival. Poder para levantar los brazos ante las làmparas, resucitando al Grito, pero no aquel que produjo el Dolor, sino el otro: el de la furia, aquel que acude cuando lo màs salvaje que existe en un hombre no encuentra otra salida que las cuerdas vocales; esa necesidad de escupirle a la civilización y a las “buenas maneras”. Marte permaneciò erguido en todo lo alto por algunos segundos, su Grito ahogo todo sonido, y después, se derrumbò…
Marte y Venus yacìan tirados en la lona. El àrbitro no sabe que hacer, ambos parecen muertos, o por lo menos, demasiado agotados para seguir. El reglamento no concibe una situación como esa, ¿Què hacer? No hay màs remedio que aplicar la cuenta de veinte segundos a ambos gladiadores. El respetable no mueve un músculo, no se escucha el menor ruido cuando, con un esfuerzo sobrehumano, Marte se acerca, arrastràndose, a un lado de su rival. Lenta, angustiosamente, logra quedar a un lado de Venus. Ella està aun consciente, pero su cuerpo no le obedece màs. Sabe que debe moverse, pero las cèlulas han extraìdo cuanto habìa de energìa en su organismo para sobrevivir al esfuerzo. Marte logra, con un esfuerzo sobrehumano, lo que normalmente es un acto irrelevante para cualquiera: levantar su mano lo suficiente, para posarla sobre la de Venus. Incluso su cerebro està demasiado agotado para continuar, darle un sentido a todo eso. Para el àrbitro, una mano posada encima de la otra parece ser suficiente para decretar el toque de espaldas. Observa al Comisionado que, asiente sin decir palabra. La cuenta de tres segundos es eterna para Marte. Los ojos avellanados de Venus derraman una làgrima, porque no se puede mover. La tercera palmada perfora como un trueno el silencio reinante en el estadio. La multitud, emocionada, tarda un poco en estallar: ¿Es verdad aquello? ¿Una màscara legendaria acaba de caer? El brazo en alto del Gladiador lo confirma: Venus acaba de perder la incògnita: el pùblico por fin estalla.
En medio de la confusiòn, Venus cumple cabalmente con la apuesta, dejando su màscara, enrojecida y hecha jirones, en manos de su verdugo. Sin embargo, la confusiòn es demasiada para que el comisionado, o cualquiera, pueda percatarse del verdadero rostro de la gladiadora, que logra asimismo, escabullirse con ayuda de La Llorona, sin informar su nombre a nadie. En realidad eso importa muy poco a la mayorìa: la gloria no suele otorgarle atención al derrotado; aunque Marte, en medio de su agonìa, apenas alcanza a ver como su rival trastabilla rumbo a la salida, acompañada por su second. “Venus…” es lo ùnico que su agotado cerebro puede repetirse, al observar la escena.

CONTINUARÁ...